[INTRODUCCIÓN: Yo, me reconozco.]
Probablemente cada mañana al despertar, te levantas, te diriges hacia el cuarto de baño, y seguramente, una de las primeras cosas que haces es mirarte al espejo. Tal vez te encuentras diferente cada vez, más o menos cansado, más o menos peinado, más o menos viejo; pero al final, el caso es que te encuentras.
Haz una cosa, coge algunos álbumes de fotos viejas, o rebusca entre los cedés, aquellos de las primeras fotos digitales, siéntate, y observa.
Te reconocerás, reconocerás a tu gente, a tu familia. Recordarás lugares y momentos, y serás consciente de que ha pasado mucho tiempo, y muchas cosas. Pero en el fondo, te identificaras con la persona de las imágenes, un “yo” pasado que pervive en el presente.
[SOMOS DOS: Identidad apócrifa.]
¿Hablamos de una única persona, y de dos identidades diferentes?
Un sujeto común observado desde distintos ángulos, cada uno de ellos más subjetivo que el anterior.
Por un lado lo que llamamos la identidad social, esa cara que mostramos al mundo, cuyos rasgos no son más que nuestros actos.
Por otro, la identidad personal, lo privado, lo nuestro y sólo nuestro; nuestros pensamientos e intenciones, todo lo que sale a la luz, y sobre todo, lo que no.
Estamos seguros de quien somos, sólo nosotros conocemos nuestros sentimientos más sinceros, nuestras mentiras y verdades, lo que no decimos. Incluso nos creemos capaces de prever nuestra respuesta a ciertos embrollos, o algunos de temas de dudosa moralidad. ¿Seguro? Creo que es un buen momento para introducir un refrán muy viejo que dice “nunca digas de este agua no beberé”. Sí, creo que es un dicho muy acertado en esta ocasión. Al fin y al cabo, lo que terminamos por conocer de nosotros mismos son los sentimientos de cada instante, y a lo sumo, podemos hablar de ciertos patrones de comportamiento, pero no porque hayamos hecho un máster sobre nuestra propia identidad, no, sino más bien, por algo tan simple como el hábito.
Sí, somos un ser cambiante, a la par que un animal de costumbres. Debemos ser conscientes de que al tiempo que nosotros cambiamos, en diversos sentidos, todo lo que nos rodea varía a su vez, y no podemos saber cómo, ni cuándo, nuestro mundo personal (e incluso esa enorme bola de vida en la que vivimos) dará un triple mortal hacía atrás. No. Definitivamente vivimos en espera. Esperamos las cosas, y reaccionamos sobre ellas. O actuamos para después esperar una respuesta.
Podríamos decir que nuestra identidad personal es nuestro alter-ego. Ese “otro yo” que a fin de cuentas sabe más de lo que cuenta.
Ahora volvamos a la identidad social. ¿Qué comprende dicha identidad?
Por un lado, lo que somos de cara a un estado, todo eso que va ligado a un número de identificación: nombre, apellidos, edad, nacionalidad, estado civil…
Por otro lado, algo mucho más complejo: lo que los demás ven.
Podríamos decir que los demás ven lo que nosotros queremos mostrar de nuestra identidad personal. Pero eso no es siempre así. No somos iguales para con el resto de personas, y es por ello que cada persona nos aprecia o desprecia en diferente medida, desde sus ojos, analizándonos desde una perspectiva propia subjetiva.
Pero si tuviésemos que delimitar ambas identidades, decir hasta donde alcanza cada una, no sería sencillo, ya que llegado un punto, ambas se mezclarían. La identidad social se crea partiendo de la personal, y los cimientos de esta se ven débiles si lo que ven de nosotros desde fuera se tambalea. Una y otra, son distintas y son iguales, forman parte de una misma persona.
Tratar de conocernos a nosotros mismos completamente es una tarea que roza lo imposible, ya que no podemos tener una visión global de lo que somos, lo que hacemos, lo que sentimos, y las consecuencias de todo ello.
Al final, resulta que somos nuestros actos. No las intenciones, sino los resultados.
Eduardo Galeano, en algún momento de inspiración dijo: “Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
Y no le falta razón.
Entonces, ¿podemos decir que conocemos a las personas en esencia?
Realmente, si consideramos esencia como aquello estable que conforma lo más puro de una persona, no.
Conocemos, lo de fuera. El reflejo de lo que una persona es, sus actos, sus palabras, sus gestos. Y todo es relativo entonces. Es un terreno de arenas movedizas.
En “Lejos de mi”, el autor habla del amor, de enamorarse de las cualidades y no del ser esencial. Yo me pregunto si no es el ser ese conjunto de características.
Al fin y al cabo quizá todo lo que hacemos vaya determinado por lo que somos en esencia pura, y que esa esencia sea mínima.
Cuando amas a alguien amas sus cualidades, y cuando estas desaparecen, o varían dejas de amar. Sí, pero sería justo decir que amas unas cualidades que te resultan afines en un momento dado. Tal vez esas cualidades desaparezcan, o puede ser que cambies tú.
Quizás también sea posible que ambas personas (y todas las cualidades que las conforman) cambien a lo largo de los días y los años a ritmo parejo. Veamos la vida con ojos optimistas, y no pensemos que todo lo bueno tiene un fin.
[“Mi capacidad de ilusión”.]
No somos (al menos, yo no) capaces de definir con exactitud el “yo personal”. No sabemos bien quién somos, ni hacia dónde vamos.
Quizás no somos nada importante, seguramente somos “los últimos monos” (en el sentido más amplio de la expresión) de este universo en el que habitamos. Pero ya que estamos aquí, no vamos a pasarnos la vida entre lamentos y quejas.
El autor incluye un fragmento de “El crack up” de F.S. Fitzgerald, en el que narra como el alcanzar niveles extraordinarios de felicidad lo llevo a verse sumido en un estado continuo de depresión. Y es que es así, cuanto más alto vuelas más duro es el golpe, y cuanto más grande es la herida más reconfortante es el bienestar posterior a la cura
Al final, nuestro yo personal y el social van de la mano, y somos nosotros mismos, y todo lo que nos rodea, lo que constituye lo que somos en el mundo real de las palabras y los actos.
Seamos humildes, y reconozcamos que somos pájaros que aprenden a volar. Cada aleteo reconforta y cada caída duele, y raro quien consiga mantenerse firme en el aire, y triste quien no conozca la superación.
Cristina Gallo Calvo.
Barcelona, enero de 2010